miércoles, 18 de octubre de 2017

Santiago (Cuba)

    Santiago, la joya oriental de la isla. Ahí, entre sierras, con un calor aplastante –no por nada llaman a la región “zona caliente”- y un ronroneo de motos, llegué hasta ella una vez más. Tuve la dicha de ir a Santiago en las dos oportunidades que viajé a Cuba. Ay mamá, nunca pasé tanto calor durante una travesía como ahí.
   Hay mucho para ver, oler y degustar. Varios lugares históricos y también belleza natural en los alrededores.


   El cuartel Moncada es casi la primera parada obligatoria ubicada cerca del centro, lugar tomado por los rebeldes que se oponían a la tiranía de Fulgencio Batista el día 26 de Julio de 1953. Todavía se pueden apreciar los agujeros de balazos en las paredes exteriores. Hoy en día en este lugar funciona un centro escolar, inteligente y perspicaz iniciativa de Fidel Castro resignificar aquel espacio conquistado con sangre por el devenir de la tinta y las ideas.


   Otro lugar importante, al cual llegué en una de las innumerables motos que constituyen el medio de transporte más rápido para moverse en la ciudad, es el cementerio Santa Ifigenia, donde yacen, eternamente iluminados, los restos de uno de los hombres más brillantes que haya visto Latinoamérica: José Martí. 


   Por una de las entradas de la ciudad –la más cercana a la terminal de ómnibus- se puede ver también un majestuoso monumento a Antonio Maceo, uno de los jefes del Ejército Libertador. Tremendo el impacto visual, realmente vale la pena acercarse hasta el lugar. También, para aquellos interesados en las artes y la danza en las inmediaciones se hallan las instalaciones del teatro municipal. 


   Otro emplazamiento atractivo es el estadio de béisbol, hogar de las Avispas. Si enganchás un juego, te recomiendo que asistas. 


   Una cita imperdible es la casa del pru, la bebida refrescante más rica que he probado hasta ahora. Hecha con hierbas como raíz china, bejuco, jaboncillo y pimienta dulce. Un peso la pinina y te la sirven en el acto. Imperdible. Y cruzando la calle podés encontrar a muchas personas en acaloradas discusiones sobre béisbol y jugando dominó al mismo tiempo, en el momento del día que sea.


   Saliendo de la ciudad, un descanso tranquilo es la playita de Siboney. Apta para armar la carpa y pasar un rato en la naturaleza. Se llega fácilmente desde el parque del Palo del Aura, de ahí salen las máquinas –autos compartidos con otros pasajeros-, el pasaje en el momento costaba diez pesos en moneda nacional, de manera que no habrá variado demasiado.


   Otro lugar de visita obligatoria es El Cobre, dónde se halla el magnífico santuario que alberga a la virgen del Cobre, patrona de Cuba y señora de la isla. También se puede visitar en los alrededores el monumento al cimarrón. En una de las ocasiones acampamos en la base del mismo, con el permiso de los guías con los que compartimos la cena que improvisamos allí. Una noche maravillosa, ya que se pueden apreciar las estrellas sin ningún tipo de intervención de luces artificiales.


    Hasta la próxima! Nos vemos en Granma..

miércoles, 22 de julio de 2015

Holguín (Cuba)


     Llegué a Holguín desde Santiago, en un camioncito de esos que ya estoy tan acostumbrada. Me bajé cerca de un pre -o escuela secundaria-. 

    De allí subí a otra guagua que me llevó hasta el parque Flores. Lógicamente hacía un calor de locos. No solamente estaba en el Caribe sino en tierra caliente que es como en Cuba se denomina a la parte oriental de la isla. De manera que no me hice rogar y fui a buscar urgente una heladería. 



    En Holguín la heladería del Estado no se llama Coppelia como en la mayoría de los lugares sino Guamá. De más está decir que  había una fila considerable para entrar… Pero la hice sin chistar, así que fiel a mi costumbre me zampé dos helados bestiales.
    Después, en un acto de valentía o locura, decidí ir al cerro de la cruz, que está a un costado de la ciudad, como custodiándola. Me subí a un bicitaxi que me llevó hasta cerca del pie del cerro. 

    Plena siesta. Un sol que abrasaba todo y yo subí hasta arriba. Una vez más probé mi boludez -o locura- que obviamente valió cada gota de sudor, porque la vista era maravillosa. Mientras esperaba un nenito me regaló una vaina de ginga, un árbol que por suerte está en la cima y da sombrita. Buena onda el pibe.

    La vuelta hasta el centro la hice mansita, como decimos los entrerrianos, sin prisa pero sin pausa. Cuando por el bulevarcito encontré un bar mi alegría se disparó como el dólar. Mayabita se llamaba el lugar y al mejor estilo chopería santafesina donde te sentás y pedís unos lisos, yo hice lo mismo pero en versión cubana. Diferencias aparte, cuando me trajeron dos jarras heladas me sentí como en casa y sentí la necesidad cervecera argento-alemana calmarse por un rato.

    Un rato después me fui a recorrer los alrededores. Juzgué a la ciudad como tranquila pero con sus joyitas, como un viverito de bonsái.





    A la tardecita como sabía que iba a jugar el equipo de Holguín de local contra Matanzas –uno de los candidatos de la temporada- me fui hasta el Calixto García –así se llama el estadio- en la misma guagua que me había traído hasta el centro a la mañana. 


    Mientras buscaba un buen lugar para ver el partido, un veterano aficionado me invitó a la platea de su peña deportiva. Se llamaba Rafael y el tipo sabía un montón de beisbol. Holguinero a morir y yo, que soy del campeón villareño por adopción, así que Matanzas era nuestro enemigo común. Para variar ese día era el cumpleaños del técnico de Matanzas, Víctor Mesa… Habrá sido el peor, porque Holguín le aguó la fiesta anotando 2 carreras contra 1. El pitcher fue una revelación para mí ¡tiraba balas en vez de pelotas! Ruiz de apellido, dicen que en un par de años va a ser el mejor pitcher de Cuba.
     Cuando terminó el juego nos fuimos caminando con Rafael para la terminal. Y ahí hice acampe en lo que venía mi guagua para pegar la vuelta a Santa Clara...

¡Hasta la próxima!

jueves, 23 de abril de 2015

Camagüey (Cuba)


     La ciudad de los tinajones, dónde la sabiduría popular cuenta que si tomás agua de ahí, te quedás a vivir en la ciudad.


    Con medio milenio de antigüedad al igual que Trinidad, es una ciudad con mucho para ver y hacer. Como buena cazadora de historias, lo primero a lo que presté mi entera atención fue a la leyenda de los tinajones, que se remonta a la época de la colonia. Dicen los que saben que los jinetes y viajeros llegaban sedientos a causa de la sequía, y la ciudad, aprovisionada de agua en estas grandes vasijas, se convertía en una especie de oasis acuífero dónde la sed se disipaba rápidamente y de donde los recién llegados no querían partir.


    Nos quedamos dos días ahí, pero antes hicimos una parada de un día en un poblado cercano, que se llama Martí y que se encuentra pasando Camagüey, en sentido oeste- este (es decir, yendo desde Santa Clara). Allí viven los abuelos de Carlos, Narda y Nelly, y también sus tíos. Nada pasa allí más que el tren que recorre la isla día por medio y el servicio diario que une Las Tunas- Camagüey. Un remanso tranquilo y con aires de campo. Pasé el día con las jutías, unos animalitos adorables y viendo a Carlos preparar tocino.


    Por la noche tostamos y molimos granos de café que la abuela de Carlos generosamente me brindó para que de regreso a Argentina no me olvidara los sabores de la sierra. 


    Al día siguiente sí arrancamos para Camagüey, en un trencito de dos vagones, muy bonito pero de andar cansino.


    Visitamos dos o tres museos. No recuerdo exactamente, pero nos ocupó casi toda la mañana y parte del mediodía. También visitamos la casa de Ignacio Agramonte, conocido entre otras cosas por dotar a los mambises camagüeyanos en el uso de la caballería. Lugar que me hizo acordar un poco al espíritu del palacio San José, en mis pagos entrerrianos.


    Por la tarde paseamos por la ciudad, cuyas calles parecen estar diseñadas para que uno se pierda. Dicen que fue diseñada con tal propósito para que los intrusos o piratas se perdieran en ella y aunque no tuve oportunidad de comprobar dicha leyenda charlando con la gente, sí pude experimentar una desorientación de nivel experto.








     Al final del día llegamos a un lugar, parecido a un parque, llamado El lago de los sueños, con barcitos, juegos y obviamente un lago. Decidimos quedarnos ahí a cenar, en un restaurancito con forma y nombre de barco que se encontraba a la orilla del lago. 

     Claro, que como era precisamente 14 de Febrero, todo el mundo estaba ansioso por conseguir una mesa allí. En uno de nuestros mejores momentos de paciencia y obstinación logramos un lugar junto con otra gente que había en la fila y que amablemente nos invitaron a compartir su mesa, salvándonos de al menos cuarenta minutos de espera.

     Al final valió totalmente la pena: jarras y jarras de cerveza como si estuviera de vuelta en Argentina, cóctel y enchilado de camarón con chicharritas de plátano, rodajas de pescado con limón. 

   Hay maneras de terminar el día que superan el papel, momentos en los que el viajero siente que el hogar y el lugar en el que se encuentra se fusionan, como si fueran uno. Se mezclan, se atraviesan. Un sabor, una canción, una imagen o una palabra pueden hacer acercar dos realidades paralelas por muy lejanas que estén. Eso me pasó con (o en) Camagüey. A menos de un mes del regreso a mi litoral querido, algo me hizo sentir en un espacio entre mi hogar o las costumbres con las que estoy familiarizada y lo diferente, el lugar en el que estaba, con el sol escondiéndose por un horizonte desconocido mientras que con mi compañero brindábamos, a lo argentino, con toda la fantasía de Cuba alrededor.

Hasta la próxima!

lunes, 30 de marzo de 2015

Trinidad (Cuba)

                Este fue otro de los viajes que hice junto a mi buen amigo Ale. La ciudad de Trinidad, que ya tiene más de medio siglo de vida, se encuentra al sur de la provincia de Sancti Spíritus y es uno de los destinos turísticos más populares del Caribe. Conserva el aspecto que tenía durante la colonia; con sus calles de adoquines y músicos en las esquinas puede conquistarte inmediatamente, eso sin contar las espectaculares playas, con la calidez del mar Caribe bañando sus costas y las cadenas serranas que la rodean.



            Con Ale llegamos por la tarde –luego de haber invertido pacientemente alrededor de tres horas en conseguir los pasajes dos días antes-, y nos dimos a la inmediata tarea de buscar un hostal. Después de andar y alejarnos un poco de las inmediaciones del parque central Ale procedió hábilmente a negociar con un hombre al que encontramos en la calle y que era dueño de una casita. Allí nos quedamos por el módico precio de 8 CUC la noche. La casita tenía todo, hasta aire acondicionado, terraza, víveres y  una botella de ron Mulata con los que el arrendador nos convidó sin reservas.

           Después de la cena, salimos a dar un paseo por las calles. La noche estaba hermosa y regresamos tardísimo –consecuencia ineludible de salir acompañado con una botella de ron-. Pasamos por el bar  de The Beatles (siempre hay uno en los puntos más concurridos de la isla) y nos quedamos en un cordón, mirando las estrellas y respirando aires coloniales en pleno siglo XXI.


             Al día siguiente fuimos a playa Ancón, que se encuentra a unos diez kilómetros aproximadamente de la ciudad. Fuimos hasta un cruce en coche –el carro tirado con caballos- y allí hicimos botella –o dedo-, aunque no pasaban muchas almas por aquellos páramos en esas horas de sol abrasador, el conductor de una ambulancia nos hizo la gauchada de llevarnos después de que pasaran unos veinte minutos y tres taxis que se ofrecieron a llevarnos por unos cuantos dólares y que dejamos convenientemente pasar.




            Playa Ancón está bárbara, pero como se encuentra en las inmediaciones de un hotel esta superpoblada de turistas. Si lo que uno busca es un remanso más tranquilo quizás no sea la playa más adecuada, pero cuenta con todos los servicios. De todas maneras uno puede ponerse en plan caminante e irse alejando de la zona más concurrida como terminamos haciendo con Ale y encontrar arenales más solitarios.



           Encontramos en nuestro camino varios cangrejos y cosas marítimas, extrañas para alguien litoraleña como yo, y que no perdí la oportunidad de fotografiar.





               Pasamos todo el día ahí hasta las seis de la tarde cuando salía la guagua de los trabajadores para la ciudad. Una vez allí fuimos a recorrer los alrededores un poco más alejados del centro y fuimos a parar a las ruinas de una vieja iglesia, de regreso pasamos también por La Canchánchara, una especie de bar ambientado pero en el que no nos detuvimos por estar ya anocheciendo y con ganas de cenar.


            El otro día lo invertimos en visitar varios museos –Trinidad está repleta de ellos-, históricos, de ciencias naturales y de arte. Sólo nos detuvimos para comer en una pizzería y por unos granizados, que básicamente consisten en hielo molido y un poco de esencia que saboriza la bebida; no cuesta más de dos pesos en moneda nacional y literalmente te salvan las papas cuando se está recorriendo las ciudades y te entra la sed.






            Por la tardecita teníamos el transporte para Santa Clara así que después de esperar un rato –esperar es la clave de viajar por la isla-, nos despedimos de la ciudad, alegres y con el corazón contento de haber pasado unos días tranquilos, entre delirios literarios –Ale es también del club de las Letras-, habanos en la terraza y tererés en la playa…